Vivir de escribir

¿Se puede vivir de escribir? Doy fe de que sí. Pero, contrariamente a lo que dicen algunos supuestos influencers o gurús de internet, sí se necesitan algunas cualidades o habilidades concretas que, por supuesto, se pueden desarrollar con la práctica.

La lectura es uno de los requisitos fundamentales para poder escribir con un mínimo de corrección. Puede parecer una obviedad, pero para escribir hay que leer, y leer muchísimo, para empaparse, para inspirarse, para aprender nuevas palabras, para conocer otros estilos de escritura… y, por supuesto, cómo no, para mejorar la ortografía, la gramática y la ortotipografía.

Claves para ser un buen redactor

En alguna ocasión he escuchado a algunos de estos supuestos gurús que pretenden que creamos que con trainings de cuatro días vas a convertirte en un súper redactor, vas a poder cambiar de oficio y darle un vuelco a tu vida de 180º o que vas a poder facturar de la noche a la mañana no sé cuántos miles de euros, ya que la ortografía no importa.

Me parece una verdadera barbaridad. La ortografía y la gramática son las bases para escribir bien; es el mínimo exigible diría yo. Incluir una coma entre el sujeto y el predicado de una oración es una aberración lingüística que veo en muchísimas ocasiones en redes profesionales, en blogs o incluso en medios de comunicación y que verdaderamente me escandaliza. Pero mejorar estas capacidades es bastante sencillo. Además de leer, se pueden realizar multitud de cursos, tanto gratuitos como de pago o incluso los míticos cuadernillos Rubio, por qué no.

El estilo también importa, pero a mí no me resulta tan relevante porque me parece algo más subjetivo. Es decir, no a todos nos gustan los mismos textos, solo faltaría, y hay excelentes escritores que para algunas personas pueden resultar infumables.

Sin embargo, lo que sí me parece indispensable es adaptar el tono al público al que va dirigido el texto. En primer lugar, tenemos que tener en cuenta que el destinatario no es el cliente. Al cliente tiene que gustarle el texto, evidentemente, pero él no es el público objetivo del texto: si tu cliente es un medio de comunicación, los destinatarios de tu texto serán los lectores de ese medio; si tu cliente es una revista corporativa, el destinatario serán los clientes de esa empresa o los asociados de esa organización; si tu cliente es una persona que quiere escribir una carta de amor, el destinatario de tu texto será el receptor de la carta, la persona amada.

¿Cómo adaptamos el tono al público al que va dirigido el texto? Teniendo muy claro quién es ese público y realizando una investigación.

Documentarse es tan importante como escribir

Documentarse e investigar son dos de las capacidades imprescindibles para un buen redactor. Generalmente, e independientemente de cuál sea el formato del texto que voy a escribir, el proceso de documentación me lleva bastante más tiempo que la redacción en sí. 

Quizás sea por deformación profesional, pero yo investigo a todo el mundo. A mí pareja cuando la conocí hace 11 años la goglee y googlekría al monitor de natación de mi hijo si conociese su nombre completo; y, por supuesto, también me googleo a mí misma de vez en cuando.

En consecuencia, lo primero que hago cuando me llama un posible cliente es buscarle en Google, tanto a él a título personal como a su empresa, en el caso de que no sea un particular. 

Busco si cuenta con una página web, si tiene perfiles en sus redes sociales, si aparece en la prensa y cualquier otro tipo de dato que pueda ser relevante.

Averiguar algunos de los intereses y los valores del cliente nos ayuda a conocerle un poco más y a atinar más a la hora de ofrecerle nuestros servicios.

Cuando llegamos a un acuerdo y voy a empezar a escribir para él, necesito saber qué le gusta, qué le interesa y evidentemente a quién me estoy dirigiendo. Es decir, quién es ese cliente final.

Preguntárselo directamente es la mejor solución, pero puede ocurrir que ni él mismo tenga muy claro quién es el destinatario de los textos o que no sea capaz de aportar demasiada información. 

No es la primera vez que tengo que adivinar qué quiere un cliente y también me ha ocurrido el caso contrario: un cliente que habla tanto que asfixia con tanta información y que incluso puede llegar a contradecirse. En este último caso, un truco que me resulta muy útil es pedirle permiso para grabar la conversación, para después volver a escucharla con más calma y tratar de entender qué me está pidiendo.

La escucha activa, básica en la vida y en el trabajo

Por tanto, escuchar, la escucha activa, también debe ser una cualidad que tenemos que entrenar para saber qué quiere nuestro cliente y qué quiere su público objetivo, que al final no deja de ser el público objetivo de nuestros textos.

La información que a mí me resulta fundamental para poder empezar a escribir es básicamente las 6 ws del periodismo.

  • Qué tengo que contar.
  • A quién se lo tengo que contar.
  • En qué formato, sería el dónde.
  • Para cuándo tiene que estar listo el texto: esto implicaría tanto el plazo que me da el cliente para tener el artículo listo como el contexto temporal en el que nos estamos moviendo.
  • Por qué, es decir, su objetivo con este texto: incrementar sus ventas, llegar a más público, que su pareja se lleve una sorpresa, mejorar su reputación corporativa, etc.
  • Y cómo. El cómo ya es cosa mía y sería, en resumidas cuentas, el texto en sí. Cómo voy a orientar ese texto para cumplir todas las expectativas del cliente.

El proceso de escritura

Así que ya metidos en materia, a la hora de escribir supongo que hay tantas formas como personas. Hay autores que aconsejan escribir como si fuera un borrador, según te vaya saliendo, y después ir puliendo el texto hasta que te guste al 100 %. Yo personalmente no suelo hacerlo así, sino que voy escribiendo y corrigiendo sobre la marcha. Es decir, la primera versión de mi texto no va a ser demasiado distinta a la versión final. Lo que sí suelo hacer, sobre todo en textos más complejos como reportajes o discursos en los que tienes que incluir ciertos aspectos que no se pueden dejar atrás, realizo esquemas previos en los que incluyo esos puntos a tratar y el orden que, a priori, me parece más lógico o más didáctico.

Por tanto, yo voy escribiendo párrafos, y releyendo y rehaciendo sobre la marcha. Esa es mi técnica o más bien lo que me funciona, pero cada cual tiene que seguir el método que le resulte mejor.

Una vez que tengo el texto listo, ahora sí, lo releo al completo y modifico lo que considere pertinente. Aquí es donde realizo el repaso gramatical y ortotipográfico. Generalmente no suelo utilizar el corrector para revisar mis propios textos. Lo que sí hago es buscar todas las dudas que me puedan surgir, que generalmente son las mismas.

Soy absolutamente incapaz de recordar cuándo se escribe si no separado y cuándo se escribe sino junto, y tengo que buscarlo más o menos una vez por semana. También algunas comas me generan dudas. Pero para eso está la RAE, la Fundeu o tantas otras herramientas gratuitas que tenemos a nuestro alcance a golpe de clic.

La revisión final

Una vez que he terminado el texto, suelo dejarlo en stand by, es decir, reposando, durante mínimo un día o dos, para después darle una segunda lectura antes de enviárselo al cliente.

En ocasiones, y sobre todo cuando trabajo para un cliente nuevo o cuando el texto me parece un poco complejo se lo doy a leer a una tercera persona, antes de mandárselo al cliente. Quiero confirmar que está bien escrito, que se entiende, que no hay errores que se me hayan podido pasar y, en definitiva, que esté correcto a todos los niveles. Esa tercera persona suele ser mi marido, mi madre o alguna amiga y siempre me gusta que sea alguien de confianza y con espíritu crítico para que me corrija lo que sea necesario. 

Bueno, pues ya hemos enviado el texto al cliente y a mí me gusta ofrecer siempre tantas revisiones como sean necesarias hasta que el texto esté 100 % al gusto del cliente. Eso sí, las revisiones se hacen en función de la información que me ha facilitado previamente, de los objetivos, del destinatario, etc. Es decir, si de repente el texto no le gusta porque se ha dado cuenta de que en vez de hablar de bolsos quiere hablar de maletas, eso evidentemente ya no es problema mío, porque estaríamos hablando de un cambio en las condiciones pactadas inicialmente y, en este ejemplo, de dos textos completamente diferentes.

La verdad es que hasta ahora nunca se ha dado esta situación, pero sé que podría ocurrir y por eso incluyo siempre esta cláusula tanto de palabra como por escrito.

Lo que sí me ocurre es que me pidan algunos cambios. Generalmente no demasiados, pero sí hay clientes que hacen correcciones y que quieren los textos amoldados 100 % a su gusto y considero que es muy importante ser humilde y entender que hay diferentes criterios y que no pasa nada porque te hagan correcciones.

Es muy habitual en los medios de comunicación que te cambien cosas. Cuando trabajé en la revista de pesca me modificaban cosas continuamente, cada vez menos es cierto, pero creo que es totalmente natural y por supuesto cuando escribes manuales tienes al otro lado una editorial que te revisa lo que has escrito y que te puede pedir cambios, ampliaciones, reformulaciones, etc.

Sinceramente, cada vez me ocurre menos porque intento ser súper escrupulosa con mi trabajo, pero, cuando pasa, hay que dejar la soberbia a un lado y tomárselo como un aprendizaje y no como una ofensa. Recalco esto porque sé que hay personas que no soportan que les corrijan o les cambien los textos, pero creo que es algo que forma parte del trabajo y que hay que tomárselo, como digo, como un aprendizaje y no como una crítica.

En resumen, las cualidades que tiene que tener una persona que quiera vivir de escribir son dominio de la gramática y de la ortotipografía, adaptar el tono al destinatario final, escuchar activamente al cliente para saber qué quiere y qué necesita (que son dos cuestiones diferentes), documentarse e investigar y mucha humildad, para aceptar correcciones, revisiones e incluso críticas, siempre que sean constructivas y educadas.

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